Hacia un futuro incierto.
Aunque nos parezca que fue ayer, han pasado casi diez años desde que los trenes de largo recorrido comenzaran a languidecer sin remedio; los colores cálidos de los estrella pasaron a un aséptico blanco con ligeros toques azules, y eso los afortunados que no desaparecieron. El rápido que salía de Arrigorri ahora se llamaba Diurno, pero ya no contaba siquiera con servicio de cafetería.
Y a los pocos meses de la fotografía anterior, desapareció hasta la primera clase.
Las locomotoras oscurecieron sus vestimentas, algunas incluso meses antes de pasar por el soplete. Aquí podemos ver el último estrella que salió de Arrigorri, después del día de Reyes en el que concluían los servicios de refuerzo por Navidad. El único superviviente de la foto fue el coche de butacas. El correo no volvió a subirse al tren, y tanto la francesa casi recién pintada situada en cabeza como el coche camas que cerraba la exigua composición fueron igualmente juzgados y condenados.
Los automotores eléctricos han sido los protagonistas de los servicios de pasajeros desde entonces, incluso con la librea de cercanías, a pesar de prestar un servicio de mayor distancia. Excepciones como las de la siguiente foto ha habido pocas. Un “Tamagochi” con la librea de regionales descansa en una vía muerta después de haber subido a Arrigorri por un fallo de suministro a la catenaria el día anterior.
Las circulaciones de mercancías también se vieron afectadas e incluso se temió por su desaparición. Sin embargo, la fábrica que da trabajo a tantas personas en el pueblo se empeñó en mantener el transporte por ferrocarril, así que la nueva Renfe siguió subiendo y bajando los trenes. Ahora bien, los tractores de maniobras hace tiempo que dejaron la estación y son las locomotoras diésel de línea las que realizan su trabajo, llegando hasta la misma fábrica.
Lo que sí ha conseguido la fábrica hace dos días, como quien dice
, es que la antigua UNE de paquetería le ceda sus vagones, con lo que este material ha puesto una de las pocas únicas notas de color en las ya consabidas composiciones de los últimos años.
Incluso una pareja de ALCOS suele subir cuando las nevadas amenazan con interrumpir el tráfico ferroviario.
Las últimas circulaciones especiales han tenido lugar con ocasión del levantamiento de algunas de las vías de la estación que menor uso tenían, a pesar de la protesta de los aficionados y de las autoridades municipales…
Se ha despejado de postes antiguos la explanada de los antiguos talleres e incluso corren rumores de que el edificio va a ser demolido. Entretanto, varias plataformas y tolvas son cargadas con los restos de balasto y de carril reutilizable en otras líneas con mejor suerte que ésta.
Afortunadamente nos ha permitido ver a ejemplares poco habituales por estas latitudes, aunque sea entre agujas levantadas de su emplazamiento original.
Todas las historias tienen su principio, lleno de esperanzas e ilusiones. De la misma forma, todas tienen también su final. Lamentablemente, y a diferencia de los cuentos, la vida real -o mejor dicho- las personas que viven en el mundo real no suelen dejar demasiado espacio en blanco en las páginas de la Historia para escribir un final feliz. Y el Tiempo, ese anciano constante que nació ya viejo y que lleva siglos caminando pacientemente, segundo a segundo, nos advierte de que el tiempo de Arrigorri se acaba. Ya es hora, pues, de dejar atrás la estación con sus últimos trenes, los últimos héroes anónimos de una era de la que desconocemos su final. El único tren de material convencional que sobrevive está reducido a su mínima expresión, tanto a la ida…
…como a su vuelta.
Las mercancías han experimentado en el último año un ligero descenso y los más agoreros hablan ya del cierre de la línea. Una sensación extraña invade a la mayoría de los habitantes del pueblo: el aciago monstruo contra el que han luchado durante décadas con tanto ahínco, proyecta ahora su sombra sigilosamente sobre el valle. Curiosamente, su inminente llegada no parece que vaya a encontrar demasiada resistencia. Los rostros cansados de sus habitantes denotan que el espíritu que la sustentaba está a punto de abandonarles.
Mientras la nieve vuelve a caer sobre la explanada de la estación, contemplamos por última vez las toperas que una vez sirvieron de cementerio improvisado y que parecen haber sido abandonadas a su suerte, como si se de una cruel broma del destino se tratase…
También fijamos la vista en el túnel derrumbado, protegido por una alambrada para evitar mayores desgracias, y que como siempre aguarda al final de la vía, con sus fauces entreabiertas. El punto donde empezó a morir hace casi treinta años la línea que sirvió para hermanar pueblos, ciudades y almas.
Hace unos meses, un pequeño grupo de personas levantó un pequeño homenaje al lado de la boca misma del tunel: una humilde estatua rodeada de naturaleza con una placa en la que se podía leer: “En recuerdo de los hombres y mujeres que hicieron posible este camino de hierro, a los que tuvieron el coraje de luchar por mantenerlo y a los que fueron tan necios que dejaron de hacerlo.”. A sus pies, plantaron rosas y tulipanes…
Nadie en Arrigorri se explica el porqué, pero, desde entonces, las flores no se han marchitado.
Quizás por eso miramos hacia la montaña cada noche. Lo hacemos con la esperanza de que, al igual que la inmensa mole ha protegido con su negra sombra la estación, pueda esta vez salvarla de las garras de los hombres.
O al menos, de su desidia...
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